Época: Sexenio democrático
Inicio: Año 1868
Fin: Año 1869

Antecedente:
La preparación del Sexenio

(C) Angel Bahamonde



Comentario

En términos políticos, el derrumbamiento del sistema isabelino vendría provocado por el enfrentamiento entre dos elites políticas y dos formas diferentes de concebir la estructura y los objetivos del Estado. Una, heredada del moderantismo histórico, muy proclive a una concepción patrimonial del poder, con escasa capacidad de respuestas renovadoras ante las transformaciones culturales, económicas y sociales. En suma, una tendencia acusada al inmovilismo y la endogamia, con nulas respuestas acomodantes al conjunto de las demandas sociales. Este sector de la elite política y esta concepción quedaron en parte desplazadas del poder por el dominio de la Unión Liberal de la escena política entre 1856 y 1864, pero, sin embargo, recobrará un protagonismo político excluyente en los últimos años del reinado de Isabel II, colaborando a la irreversibilidad de la crisis dinástica.
La otra corriente, procedente del progresismo y del partido demócrata, a la que se irán incorporando desde 1866 sectores de la Unión Liberal, era más receptiva a las demandas del conjunto social, hasta entrar en colisión con el sector anterior y desgajarse paulatinamente del sistema conforme se agudice su inmovilismo. El desajuste estaría provocado, en última instancia, por las resistencias opuestas por una elite tradicional, que había sido la médula del moderantismo, pero cuyo discurso, sus prácticas de gobierno y su adecuación a nuevas situaciones habían quedado obsoletos, hasta suponer una traba para cualquier forma de cambio social.

Desde este punto de vista podemos decir que la revolución de septiembre de 1868 se fraguó en el seno de una minoría política. La participación popular se extendería gracias a la acción de la intelectualidad y de los medios de comunicación de la época, incluida la transmisión oral, que difundieron con eficacia el mensaje político. En efecto, así ocurrió en las ciudades, que sólo representaban un mínimo porcentaje de la población. Otra cosa era en el ámbito rural, mucho más vasto, donde el mensaje político caló con dificultad por la mentalidad y el contexto social predominantes. Aquí la comunicación era mucho más lenta y mediatizada por la existencia del caciquismo antropológico y por el púlpito. Todo ello nos hace concluir que el espíritu político de la revolución de 1868 fue un hecho de minorías, localizado en los centros urbanos; la intervención del mundo rural se debió a otros factores de malestar y perseguía objetivos muy distintos, generalmente relacionados con el problema de la tierra y su mala distribución.